
Salí al bosque aquella mañana temprano de un día que anunciaba el final del invierno. Iba en busca de un ramillete de luces para ti. Reflejadas sobre las hojas caídas, refractadas invadiendo las microscópicas gotitas de la niebla, todas esas luces parecían bailar al compás de un casi imperceptible movimientos de las ramas. Mil y un colores tímidos trataban de saludarme a mi paso y parecían jugar conmigo escondiéndose cada vez que acercaba la cámara a mi rostro.
Y recogí las luces como otros recogen las flores. Y luego, ya en casa, arreglé unos ramilletes de luces traviesas. Este que puedes ver, es uno. Para ti.
Recoger las luces…qué expresión tan hermosa. Que nuestro cerebro no sea un jarrón donde colocarlas, sino más bien una fragua.
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Si, acertado comentario. El jarrón es la foto, la imagen. El sistema neuronal que la contempla, tiene la posibilidad de cocer en la fragua que mencionas, como si de tierras de cerámica se tratase.
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Me ha impresionado ese verde que vergonzoso y tenue ,se atreve a surgir entre ese blanco y negro casi fantasmal.
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¡Qué hermoso debe ser un ramillete de luces!.
Hará explosionar la imaginación en mil destellos…
Nunca lo había imaginado.
¡¡¡Y qué luz debe poseer el que lo capta!!!
Un abrazo Ricard y feliz día
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El que lo capta tiene luces y sombras. Doy fe de ello.
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Muy original paseo al bosque, pero más original y ciertamente hermoso, recoger lo que te impresiona especialmente, las luces; y llevarte un ramillete para adornar los días des un lugar especial.
Dichosa la persona que recibe el ramillete travieso de las luces, porque una persona encantadora, allá en el bosque, la sacó del anonimato, entre siete mil millones, porque pensó en ella, y en casa la obsequió con las formas y matices de luz entre el camino y los árboles. ¡Una pasada!
Un abrazo por todo el aprecio de la sensibilidad, que muestras.
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